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Viviendo con el síndrome del impostor



Si alguna vez has intentado desarrollar una habilidad desde cero, sabes lo difícil que es encajar en la comunidad de lo que sea que estés haciendo. Resulta que para ser reconocido como un miembro legítimo de la misma tienes que hacer muchas cosas como aprenderte un buen de reglas y comportamientos implícitos, hablar y verte justamente como todos los que practican la habilidad y, al parecer, haber comenzado a aprender diez años antes.


Comencé a aprender a tocar la batería a una edad más o menos temprana y el paso lógico, como todo chavo que aprende a tocar un instrumento en la secundaria, fue el de hacer una banda con mis amigos. Los ensayos eran la manera de escaparme un poco de la monotonía de la escuela y las clases, el tiempo que pasaba con mis amigos en esos momentos era increíble y el hecho de practicar mínimo una vez a la semana me hacía sentir que iba mejorando cada vez más. La verdad es que todo era risas y diversión hasta que empezó la temporada de los concursos y conocí a muchas personas como yo que… Bueno, no se veían como yo.


Todos los bateristas de estas bandas se veían como que estudiaron en un campo militar o algo por el estilo. Eran altos, sus bíceps eran más grandes que sus caras, no usaban lentes y por si fuera poco, eran mucho más grandes que yo. Comencé a sentir que quizá no encajaba con el estereotipo que todos tienen de un baterista de una banda de rock y que quizá algo estaba mal conmigo. Sentía que no pertenecía ahí de ninguna manera y que si entré en esa comunidad, fue porque no había más bateristas en la escuela donde tomaba las clases.


Pero pasó el tiempo y fue momento de dar el gran paso de entrar a la universidad. Quería programar y terminé estudiando una carrera en Ingeniería de Software y no podía estar más emocionado hasta ese lejano y raro primer día de clases.


Comencé a voltear a todos lados y solo veía gente con laptops para jugar y playeras de cosas de computadoras. El director de carrera, que igual era nuestro profesor, nos puso en una actividad de integración y me tocó conocer a dos personas que me intimidaron al instante. El hermano de uno de ellos acababa de entrar a Microsoft a trabajar y le enseñó a programar desde hace unos cuantos años. El otro solo empezó a hablar de cómo le encantaba programar redes neurales y hacer videojuegos en su tiempo libre desde la prepa.


Qué rayos.


Lo único que sabía de programación en ese entonces era por algunas clases de Java que nos dieron en nuestro último año de bachillerato y estos dos chavos ya sabían lo que estaba pasando en la comunidad de programadores desde el primer día y sentí miedo. Aunque mi aspecto físico encajaba un poco más con el de todos los de la carrera, igual muchos me decían que me veía como un músico hipster y que debí haber estudiado producción musical en lugar de software. Tampoco ayudaba mucho el hecho de que iba con mi iPad a todos lados haciendo música y cargando con un cajón peruano casi todos los días para tocar con los músicos de la escuela.


Conforme fueron pasando los semestres, me di cuenta que muchos de mis compañeros estaban metidos en esto de la programación competitiva y ya estaban ganando concursos y yendo a finales regionales en otros estados. Por esto mismo de que estaban en esta especie de competencias, sus entrevistas con las grandes empresas eran más fáciles para ellos que para alguien como yo que solo no sabía cómo entrar en ese mundo. Por más que intentaba sentarme y concentrarme para resolver los problemas, solo no podía.


Y mientras muchos de estos compañeros regresaban de sus prácticas de verano con empresas súper importantes, yo seguía batallando para poder pertenecer a esa comunidad de gente de la que no me sentía suficiente como para pertenecer a ella. Así que, de la nada, me puse a estudiar día y noche. Casi al final de mi carrera conocí a una persona muy especial y con su apoyo, comencé a entender todos los trucos de esa especie de problemas. Resolvía al menos tres o cuatro al día y no paraba de leer el librote verde de preguntas de entrevistas de programación para seguir aprendiendo más y más.


Sin embargo, la vida no fue tan fácil después de eso. Además de luchar con el pensamiento de que no era igual de bueno que los demás, al parecer, era la única persona de mi generación que le gustaba la parte de la carrera que tenía que ver con las interfaces de usuario y usabilidad y no la parte de los servidores ni la programación estructurada como tal. Para muchos programadores, esto es como traicionar tus principios y es considerado pecado, por lo que durante muchos semestres de la universidad, recibía burlas de cómo lo que yo hacía no era programar de verdad y que al final, a nadie le importaba esa parte. Lo peor era cuando recibía esas críticas por parte de gente que ya estaba trabajando en empresas grandes y que me afirmaban que a nadie le importaba lo bonita que se viera una interfaz.


Y aunque en el fondo yo mismo comencé a pensar que era inútil, la voz en mi cabeza me decía que siguiera intentando. Así que comencé a aprender todo lo que podía de interfaces de usuario y diferentes tecnologías para hacer que todo se viera mejor. Si iba a aprender a usar tecnologías “inútiles”, al menos quería ser el mejor haciéndolo. Y por un momento, al menos por un pequeño instante, comencé a sentir un poco más de respeto por parte de todos por lo que hacía. Me buscaban para ayudarlos con sus sistemas para que se vieran mejor, me felicitaban cuando les mostraba las versiones finales de mis propios proyectos y poco a poco sentí cómo era incluido en esa comunidad sin meter tanto empeño ni forzar tanto las cosas.


Aprendí que todos nuestros caminos son diferentes. El hecho de que alguien haya aprendido a tocar el violín desde los cuatro años y otro apenas esté empezando cuando ya entró a la universidad, no le quita el mérito ni nada por el estilo. Quizá la persona que aprendió desde hace mucho tiempo la tenga un poco más fácil en la vida si quiere entrar a un conservatorio de música, pero no le está quitando directamente la oportunidad a la otra persona. Mientras dediques el tiempo necesario para volverte mejor en lo que haces, las cosas irán fluyendo por si solas. Poco a poco irás sintiendo cómo eres aceptado y te sentirás mejor contigo mismo cuando veas que todo lo hiciste por tu cuenta, sin ninguna especie de palanca ni nada parecido.


Al final, lo que realmente importa es cómo destacas de entre todos los demás.


Sentir que no perteneces a una comunidad en específico es normal. Quizá llegues a sentir que, aunque estés dentro, no eres igual de bueno que los otros y que si estás ahí es por mera casualidad o que eres un fraude. Pero lo realmente importante en esos momentos es no rendirse y creerse las cosas que uno piensa porque… Bueno, si no lo haces tú, ¿quién más lo va a hacer?

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